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QUE NUNCA TERMINE
 

La   historia   occidental   los   fue   llamando “descubrimientos”, a medida que los exploradores ampliaban sus viajes y encuentros. Pero antes de toparse con esos territorios, seres   y   costumbres   que   excedían   las   certezas   de   su estrecho   mundo   conocido, los europeos trazaron mapas de lo ignoto. Esas zonas inexploradas estaban rotuladas en los antiguos planisferios como Terra Incognita, pobladas de amenazas y animales fabulosos, dibujos creados más por inspirados poetas del terror que por datos fiables para navegantes o viajeros. En algunos, el cartógrafo despertaba la aprensión ante esas tierras míticas más allá de los océanos conocidos escribiendo una frase al pie de su ficción geográfica, advirtiendo a quienes osaran traspasar esos límites: hic sunt dracones (aquí hay dragones). 
 
Quizá cierta voluntad de proponer un orden incitante, la necesidad de descifrar la armonía invisible que tal vez se sustente en el caos, ejerce su capacidad de relato en los   lienzos   de   la   serie Mito   y   memoria.    Cecilia   Paredes crea   ahora en   estas cartografías imaginarias, una cierta poesía de lo maravilloso en base a composiciones que combinan retazos de antiguos mapas, grabados, ilustraciones de códices o libros de horas, pinturas naturalistas, cartas estelares, estampados textiles. Y lo que sucede en estos linos impresos con collages de memoria antigua, es algo como un asombroso anacronismo de lo   simultáneo.   Oriente   y   Occidente   fundidos   en iconografías imposibles que se convierten en fastuosos golpes de vista para espectadores de hoy.  Símbolos pretéritos que ya han realizado el viaje y el encuentro sobre una superficie común, entrelazando detalles gráficos de lejanas civilizaciones hasta darles una nueva posibilidad simbólica unificadora.



La amalgama de una historia del otro, escrita desde el deslumbramiento y no desde el temor.

 

El viaje es un tema recurrente en el trabajo de la artista peruana. También lo es su fascinación   por   las   fabricaciones   pequeñas   y   perfectas   de   la naturaleza (plumas multicolores, caracolas, hojas, huesecillos) que integra en sus trabajos resignificando su función metafórica. Su deseo profundo de acercarse a plantas y animales -de comprender, si   eso   es   posible, su   naturaleza-,   la   ha   llevado   en   el pasado   a mimetizarse con ellos a través de sus fotoperformances. Autorretratos en los que ella se hace invisible.  En los que ingresa   al interior de esas naturalezas.  Pero estas historias errantes abordan en esta ocasión algunas perspectivas inusuales en su obra.
 
Cecilia Paredes ha desaparecido en esta exposición. Nos tenía acostumbrados a integrar su cuerpo y su imagen en fotografías cargadas tanto de misterio como de claridad. Aquí, despliega su universo en la carga semántica de lo textil, lo táctil, las sutilezas de relatos complejos y urgentes, dichos sin palabras. Dice ella que el trabajo manual, puntada   a   puntada, le   permite   dominar   su   impaciencia, sumirse más profundamente en la reflexión.
 
Cecilia Paredes lo lleva incorporando a su obra desde hace años, para subrayar precisamente   esa   dimensión   manual   y   narrativa, una   caligrafía   de símbolos personales.   Algo   que, en   su   caso, se   engloba   siempre   en   lo contextual   por   su preocupación   expresa   por   los   estragos   causados   por   la   sociedad humana   al medioambiente. Cecilia Paredes no se retrata en esta muestra. Nos piensa.
 
Extracto del texto de Fietta Jarque
Madrid 2024

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