LA CALIGRAFÍA DE LA DESTRUCCIÓN: LOURDES DE LA RIVA
Javier Payeras
Rompí una nuez de castilla, desde niño pienso este fruto seco como un pequeño cerebro: líneas sinuosas que aparecen con solo quebrar su cáscara, un laberinto que la intemperie ha ido acomodando, “La vida es un accidente sin líneas rectas”, me decía la tarde anterior Lourdes de la Riva en el jardín de su casa.
Lourdes tiene una de las miradas más particulares que he conocido, serena, cautelosa y de movimientos que recorren todo alrededor hasta que se detienen en un punto, es como una lente que pasa de un plano general hasta quedar atrapada por un pequeño objeto. Esas cosas imperceptibles que para ella rebalsan de significado. Al visitar su estudio-taller uno encuentra algo muy parecido a un laboratorio, hay trozos de madera que pertenecieron a la vieja estructura de una casa corroída por insectos, de una forma extremadamente meticulosa fue rebanando la tabla por capas hasta dejarla convertida en muchas filigranas de formas caprichosas. Mi conexión es inmediata, encuentro en esos trazos una silenciosa caligrafía sin letras, un movimiento espontáneo, el laberinto que refugia a las especies casi microscópicas que construyen una vida invisible, que viajan y se cuelan haciendo sus túneles para vivir dentro de lo que las alimenta y las resguarda. El impacto de este trabajo tan lleno de paciencia no necesita pasar por el análisis intelectual, no existe ninguna proclama victimista o redundancia teórica encriptada, es algo que fascina y atrae por eso que María Zambrano reclama para la poesía “…lo que posee unidad lo posee todo”.
Sentados en su mesa, viendo al exterior, Lourdes me habla acerca de la “Estética de la destrucción”, me describe con sencillez sus hallazgos y ESO que es tan inefable como extraordinario: las formas derruidas por el tiempo que van dejando su huella en las cosas que pensamos impenetrables y sólidas. Saca de una caja una suerte de tesoros, sonríe como una niña, me muestra una colección de libros completamente avasallados por las polillas. Debo confesar que nunca había visto tanta destrucción como en esas páginas: retazos, fotografías perforadas, puntos que atravesaban el empastado de un extremo al otro… Cuando uno cree en la belleza, también cree en la destrucción, esos extremos que se tocan y se reinician. Puede que no exista en realidad nada tan humano como entender que cualquier cosa que hagamos es únicamente pensamiento, porque la materia siempre será prisionera de lo efímero, de lo pasajero y no existe nada que evada la caducidad.
En una época de algoritmos y de certezas impuestas, encontrarse con la verdad más elemental, la premisa que seremos devorados por lo más pequeño y no destruidos por ningún cataclismo universal, hace que nuestra vanidad disminuya y que nuestro apego por los avances tecnológicos se parezca cada día más a un trastorno de la personalidad. Lo real es entonces observar la caligrafía de la destrucción que va dibujando extrañas sombras en las superficies. Lourdes de la Riva ha transitado por las artes gráficas, la escultura, la pintura y las rutas cambiantes de la creación contemporánea, pero es acaso en la observación y recreación de estas líneas, en la fragmentación y en el laberinto, donde ha encontrado un espejo para sus ideas. Luego de hablar con ella y escuchar acerca del significado de la despedida como una renovación, uno logra comprender mejor su trabajo, esa sencillez que esconde una compleja sensibilidad: el pensamiento como una forma de adaptarse al azar, porque al ver lo más pequeño descubrimos que nosotros también lo somos y que durante nuestra existencia no hacemos más que un trazo contrapuesto a todos nuestros planes y que es casi seguro que de un momento a otro, todo aquello que iniciamos se quede sin terminar y que, quizá sea en eso, donde radique todo lo que entendemos como belleza.
Cerrito del Carmen 30 de diciembre 2021